lunes, 22 de septiembre de 2025

Y si los hijos ya los trae el hombre?

Empecemos con una base clara: salir con un hombre con hijos es un negocio redondo… para él. Para ti, es como comprar un coche de segunda mano que viene con la guantera llena de facturas, un maletero con deudas emocionales y un GPS que siempre apunta a la dirección de su ex. Y lo mejor: tú pagas la gasolina (quizás no en euros, pero sí en tiempo, energía y expectativas vitales insatisfechas)

Entre sus prioridades, tú serás el relleno, nunca el plato fuerte. Su calendario ya está ocupado por cumpleaños escolares, partidos de fútbol, juntas con la ex para discutir quién lleva las mochilas, quién organiza X mierdecita y, claro, por la manutención. Tú puedes intentar agendar un espacio para una cena romántica, pero cuidado: puede que coincida con el un partidito, una exhibición de ballet o luna visita de urgencia al pediatra. Y, si llegas a salir, tendrás que agradecer cada minuto como si fuese un regalo divino, porque ya sabes: “él hace todo por sus hijos”.

Después está el glamour de la ex. Te has echado sin querer una novia, vives en un trío poli y no lo sabes. Esa mujer tendrá pase VIP a tu relación, si no se convierte en el centro de ella directamente. Entre los traumitas que él arrastra por su pérdida, su resentimiento a superar, y demás, su sombra es alargada . Aparecerá en llamadas a deshoras, mensajes “urgentes” sobre tareas escolares y pequeñas emergencias domésticas (“la niña perdió el uniforme”, “el niño olvidó el inhalador”). Tú, como buena espectadora secundaria, aplaudes desde tu butaca. Y ojo: si alguna vez sugieres que esto te incomoda, automáticamente te conviertes en “egoísta que no entiende lo que es ser madre”. Irónico, ¿no? Tú no eres madre, pero a la primera de cambio te exigen comportarte como una.

Y ni hablemos de los niños. No son tuyos, no salieron de ti, pero de repente tendrás que lidiar con rabietas, enfermedades, problemas académicos y miradas acusadoras porque no eres “mamá”. Te tocará el ingrato rol de la invitada que nunca pertenece: demasiado cercana para ser neutral, demasiado externa para ser aceptada con algo más que resignación. Eres la mascota que adoptó papá sin pedir permiso y que ahora incordia. Esa eterna sospecha de que tengas la tiña. Estás condenada a vivir en una especie de purgatorio emocional, donde das mucho y recibes poco, pero siempre con la promesa de que “cuando crezcan será más fácil”. Spoiler: normalmente no lo será.

Mientras tanto, él te venderá la imagen de “padre responsable”. Y claro, tú tienes que admirarlo, porque ser padre y no huir de la crianza es considerado heroísmo. Él contra el sistema, incluso si su relación con la ex es modélica y nada tormentosa. Si no, directamente pasas a ser soldado en su guerra. "¡Fiiiiir-mes! ¡Cierren filas en torno al general! ¡La zorra se acerca!"

Tú, en cambio, si fueras madre soltera, serías poco menos que mercancía defectuosa. Es la narrativa típica: “es carga”, “trae un paquete”, “solo sirve para sexo rápido pero no para algo serio”. Tienes que demostrar, sin margen de error, que eres independiente, que no pides nada, que no exiges, que no interfieres. Básicamente, tienes que ser madre perfecta y amante perfecta, todo en uno, para apenas aspirar a ser tolerada, elegida por uno de los engendros babeantes y contrahechos que dicen descartar por criar en otros hilos.
Es tu obligación. Tu error, tu pecado por no haberlo esperado a él, solo a él, para reproducirte.
Tus niños son "semen de otro", algo imperdonable. Los óvulos de otra te los tienes que comer porque sí, porque son niñitos monos que están sufriendo el drama de la separación (que lo son) pero nadie cuestiona el derecho del macho a ir esparciendo su semilla a chorro, allá donde caiga.

Con un padre soltero, lo creas o no, la vara de medir y curtir lomos se convierte en alfombra roja. Basta con que aparezca en una foto con su hijo y ya es un héroe trágico, un mártir que “sigue luchando por sus niños”, un santo que merece adoración solo por cumplir lo mínimo. Nadie dice de él que “trae un paquete”: no, él “es responsable”, “es un hombre de verdad”, “vale la pena porque sabe lo que es el compromiso”. Y si la nueva pareja aguanta las escenas con la ex, los berrinches de los hijos y las ausencias constantes, entonces se espera que lo aplauda doble: primero por ser padre y luego por “darle la oportunidad de estar en su vida"

Al final, estar con un hombre con hijos es aceptar un contrato no escrito: trabajas horas extra en logística, paciencia y comprensión, aportas estabilidad emocional gratuita. Te comes las sobras de su tiempo y, si eres muy afortunada, recibes un “gracias” después de un par de años. Eso es trabajar pico y pala detrás del amor (de los niños, el suyo debería venir de serie, o directamente ni te metas)
¿Tu recompensa? Convertirte en “la señora que estuvo ahí”. Y no esperes medallas, porque esas ya están reservadas para él, por el simple acto de haber traído hijos al mundo. Él es Papá, tú eres la madrastra que milagrosamente no fue mala ni tenía verrugas en la nariz.

Así que si eres una mujer libre, sin hijos, con sueños propios y un futuro aún por escribir, lo último que te conviene es firmar como personaje secundario en un drama ajeno... Porque eso es lo que significa salir con un hombre con hijos: entrar en una obra ya empezada, en la que tú nunca serás protagonista, sino la tramoyista que se ocupe de todo en silencio por detrás, entre bambalinas.

RESUMEN: si buscas amor, elige un hombre libre; si buscas paz, elige soledad; y si buscas un drama interminable, entonces sí: prueba con un padre soltero.

PD: Y eso por no hablar de lo que cuesta convencer al papi coraje de tener un hijo más, pero contigo. Ya tiene muchos gastos...

Fuente: DeathMachine

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