El mundo de las MUJERES
Una mujer se despierta por la mañana en una casa construida por hombres, y pone a calentar un poco de agua en una cocina instalada por hombres. Se sienta en una silla y una mesa, dispuestas allí por hombres, para leer un periódico escrito en parte por mujeres, pero impreso y repartido por hombres. Se echa a la boca unas tostadas, hechas con granos de trigo cultivados y cosechados por hombres, hasta que llega la hora de pegarse una ducha.
Abre la llave del grifo instalado por un hombre y comienza a brotar agua caliente, gracias a un complejo sistema de plomería montado por hombres. Se marcha al trabajo en su coche, construido por hombres, que circula por las carreteras, construidas por hombres, gracias al petróleo, extraido, refinado y suministrado por hombres. Llega a un edificio de oficinas levantado por hombres. Se dirige a su escritorio, enciende su ordenador, y desde su ventana puede contemplar una ciudad erigida por hombres, una ciudad repleta de clientes potenciales para su empresa de publicidad.
En ese momento nota que hay una mesa en la sala de conferencias que está ligeramente descolocada, mientras el portero del edificio aparece por el pasillo.
"¡Antonio! ¿Sería usted tan amable de mover un poco esa mesa y alejarla un poco de la pared? Gracias, es usted de lo mejor", dice con una voz edulcorada y una sonrisa levemente forzada. Antonio, ajeno a la fingida amabilidad y a la falsa sonrisa -y encantado de recibir cualquier tipo de atención de una persona tan atractiva- desplaza la pesada mesa para ponerla donde a la mujer le gusta. Una vez que ella comprueba que todo está en orden, puede respirar a fondo. Su día ha comenzado.
Esta mujer va a pasar las próximas 8 o 10 horas diciéndole a la gente lo que tiene qué hacer. Ese es su concepto del trabajo. Esta criatura, que no tiene ni la más remota idea de dónde vienen las cosas, ni cómo se fabrican, y tampoco dispone del más mínimo conocimiento acerca de cómo funciona el mundo, se ha puesto al frente de él... porque no existe otra tarea de peso específico que pueda realizar.
Si ella viviese en un mundo construido por mujeres, pasaría los días en cuclillas en una cueva observando a la lluvia caer, y cosiendo pieles de animales. Pero ella vive en un mundo construido casi en su totalidad por hombres, y sorprendentemente, no alberga por ellos ni el más mínimo resquicio de reconocimiento o gratitud. Es más, nunca se ha parado un segundo a pensar en ello. Jamás se ha parado a pensar que si todas las cosas que construyen los hombres fuesen de un día para otro eliminadas de la faz de la Tierra, en poco tiempo se encontraría caminando por un lodazal, enfangada hasta las pestañas en busca de huevos de mirlo.
Ella piensa que el mundo está hecho de rimas, de ropa bonita, de conversaciones educadas y opiniones correctas... en lugar de cemento, acero, remaches, cobre y petróleo. Desde el día en que recibió su primera papilla ha estado aprendiendo a manejar las cosas que los hombres le han puesto en sus manos, como si cayesen del cielo por obra y gracia del Señor. No tiene ni la más remota idea de lo que los hombres han hecho y todavía tienen que hacer para que este mundo continúe funcionando. Sin embargo, de acuerdo a ella y a los medios de comunicación que consume, los hombres son unos imbéciles absolutos.
¿Cuánto tiempo creemos que puede durar esto?
Cuando pienso en los hombres, los leñadores, pescadores, los conductores de camiones, los trabajadores de fábricas de papel e impresoras, repartidores... hombres que tienen que levantarse muy temprano cada mañana y llevar a cabo trabajos rematadamente duros, para que arrogantes feministas pueden sentarse en sus oficinas climatizadas y cagar editoriales sobre lo idiotas, inútiles y prescindibles que son los hombres... cuando pienso en todas las mujeres que menosprecian, engañan, pisan y humillan a los hombres, a veces me dan ganas de que sucediese un estallido. Un estallido, como muchos de los que ya han sucedido a lo largo de la historia de esta polvorienta roca que llamamos Tierra, y que tuviésemos que regresar a la cueva, al lodazal, a cazar mirlos, ardillas o cucarachas para poder llevárnoslas a la boca... y ENTONCES íbamos a ver de verdad lo que se iban a quejar.
Fuente: AdolfHipster
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